No dejemos que lucha anticorrupción se pierda entre la urgencia y la emergencia

La organización no gubernamental Cedepas Norte impulsa desde hace unas semanas un proyecto denominado “Lucha contra la corrupción como un medio para afirmar la democracia y promover el desarrollo en la región Norte del Perú”, cuyo objetivo básico es contribuir a formar conciencia pública sobre el problema de la corrupción desde la perspectiva de la sociedad civil en las provincias del Norte. Según el consultor del proyecto, sociólogo Iván Mendoza, se trata además de darle cierta continuidad al tema de la corrupción en la agenda pública. Este fenómeno es muy difícil de abarcar desde una visión unilateral, en esta entrevista se da cuenta de las distintas aproximaciones a la corrupción y de la necesidad de afrontarla con una visión integral que incluya a la cultura que constituye el telón de fondo que explica, por ejemplo, por qué en nuestro país existe un alto índice de tolerancia a la corrupción.

La corrupción ha dejado de ser un tema central de la agenda pública, no obstante que la gente la percibe como un asunto de fondo, ¿a qué crees que se deba este doble estándar: no logra figurar en los sondeos de opinión en los primeros lugares y está sin embargo en el imaginario colectivo como un problema estructural?

Hay varias formas de abordar ese problema. Lo primero que se me viene a la cabeza es lo que dice el antropólogo Ludwig Huber: la corrupción no solo es un problema de abuso del poder público con fines privados, sino que hay una serie de normas y valores que están arraigados en la cultura criolla y que fomentan cierta propensión y tolerancia a los actos corruptos. Por otro lado, este es un país pobre donde el Estado no ha terminado de modernizarse, no ha cuajado la separación entre lo público y lo privado como ocurrió en Europa en el siglo XIX. A estas circunstancias hay que añadir la discontinuidad de las campañas anticorrupción, la discontinuidad de la agenda política. El Perú es un país muy dinámico, un tema que hoy es importante luego es relegado por otras razones y como no hay nadie detrás, me refiero a instituciones, partidos, organizaciones que la sostengan de manera sistemática la preocupación por la corrupción se pierde entre la urgencia y la emergencia.

Proética abordó el tema de la corrupción y cumplió un papel muy interesante en los años de transición a fines de la década de los noventa, ¿cuál es el enfoque que Cedepas va a dar al tratamiento de la corrupción que le permita continuar y superar iniciativas del pasado?

Lo más novedoso es que vamos a trabajar desde la perspectiva de la sociedad civil, desde la población organizada, sectores urbanos y rurales en muchos casos pobres y marginales. Hasta hoy iniciativas muy importantes como la de Proética, por ejemplo, han trabajado el tema de la corrupción desde el Estado, desde la superestructura, lo cual nos parece un esfuerzo muy necesario pero insuficiente. Creemos que hay que dar un paso más allá: la corrupción también arraiga en la cultura de la gente y solo podrá ser combatida eficazmente cuando tomemos conciencia de eso y contribuyamos a cambiar ciertas prácticas tan arraigadas en las normas y valores sociales. Hay que darle a la población organizada elementos para que puedan entender qué es la corrupción, la identifique con más rigurosidad y pueda combatirla y, finalmente, cambie sus actitudes colectivas.

El problema es que en nuestro país hay, según sondeos de opinión realizados por Proética, un alto nivel de tolerancia a la corrupción, lo que sin duda plantea serios desafíos para combatir esta lacra social eficazmente. ¿A qué cree se deba este índice tan alto de tolerancia a la corrupción?

Las diversas investigaciones que se han hecho nos permiten formular algunas hipótesis interesantes y muy controvertidas. Algunos sostienen que el alto índice de tolerancia a la corrupción se explica por el propio origen de la cultura criolla peruana, que es transgresora porque nació como expresión de un sector social marginal y emergente en la colonia, el cual estaba excluido del disfrute del poder económico y político, y al que se le aplicaban determinadas leyes y reglamentaciones que tuvieron que aprender a evadir para tener éxito social. Esta situación hizo que germinara la idea de sacarle la vuelta a las leyes y a las normas, que arraigó y se extendió en medio de una cultura en la que no había la idea del éxito a través del esfuerzo personal. La ausencia de una ética del trabajo era, por lo demás, coherente con una sociedad premoderna jerarquizada y desigual, en la que no regía la lógica del mercado y las leyes eran vistas como algo externo, excluyente e importado. En este contexto se legitimaba la idea de sacarle la vuelta a las leyes, la cultura de la viveza y hasta una cierta admiración por el vivo o el pendejo.

Ahora hay atisbos de que esto está cambiando, ¿podemos ser optimistas respecto a que disminuyamos el alto índice de tolerancia a la corrupción o tenemos razones más bien para ser escépticos?

Bueno, no hay nada irreversible. A mí me parece que hoy, y desde hace casi medio siglo ya, junto a esa ética criolla también ha ido desarrollándose una ética del trabajo y del esfuerzo personal y los peruanos, y me imagino que también en otros países latinoamericanos, nos hemos vuelto expertos en manejar ambos códigos. Pero lo importante es que ya tenemos el código del esfuerzo y el trabajo. Esto es lo que hay que potenciar. A mi me parece que en la medida que la gente cambie de actitudes, que se arraiguen valores democráticos, haya mayor capacidad de controlar a las autoridades, a los líderes políticos y en que estos sean más honestos y se maneje la cosa pública con mayor transparencia, en esa medida estamos creando condiciones para disminuir la corrupción.

Hay una evolución del concepto de corrupción que ha pasado por diversas etapas: el economicismo, una visión de carácter legalista y administrativa, ahora hay una visión más holística, ¿cómo evalúas la actual definición de corrupción?

Sí, en efecto, ha habido distintas formas de acercarse al fenómeno de la corrupción. Hubo una aproximación económica, desde la perspectiva del liberalismo, que entiende que la corrupción es resultado de la existencia de un Estado muy grande, muy intervencionista y muy ineficiente y que, por lo tanto, si queremos combatir la corrupción hay que achicar el Estado e instaurar una economía de libre mercado. En los años noventa se mostró que esto no es tan fácil, no es automático, hubo muchos experimentos en países del tercer mundo de achicar el Estado, instaurar economías de libre mercado, pero eso no disminuyó necesariamente la corrupción. Los politólogos, por su parte, creen que la corrupción está relacionada con el monopolio del poder. En la medida que el poder político esté monopolizado, no tenga normas transparentes, no pueda ser vigilado y los funcionarios públicos actúen con un alto grado de discrecionalidad, entonces la corrupción va a aumentar. A mi me parece que en general es una apreciación interesante, aunque no suficiente. Hay también otros enfoques más modernos que nos dicen que sin renegar de lo anterior, también hay que fijarse en la cultura, hay aspectos sociales y culturales que debemos observar con cuidado y que son el telón de fondo de la corrupción porque fomentan la tolerancia a los actos corruptos.

Desde tu perspectiva, después de la década de los noventa en que batimos récord de corrupción, ¿la sociedad peruana ha adquirido conciencia plena de la magnitud de este problema y está en condiciones de sacar provecho de esa infausta experiencia colectiva?

Sería un poco difícil hablar del estado de conciencia de la sociedad peruana en general sobre la corrupción, pero sí creo que hay avances en el sentido que se han formado núcleos de ciudadanos, de organizaciones y por qué no también de líderes políticos que son concientes del tema y están tratando de hacer algo. Ahora la gente está más vigilante, más atenta, por eso sí creo que se han extraído las lecciones, lo que hay que hacer es organizar mejor a esos grupos de ciudadanos concientes y en el plano institucional se requiere más transparencia, una reforma que permita abrir el Estado más a la ciudadanía y en la ciudadanía cambios en normas culturales y en sus actitudes.

¿Cuánto afecta el alto índice de corrupción a la gobernabilidad democrática en los países del tercer mundo donde este fenómeno es de carácter endémico?

Entre otras cosas, la corrupción deslegitima a las autoridades y al Estado y en un país como el nuestro un Estado deslegitimado, una democracia deslegitimada es caldo de cultivo para opciones caudillistas, autoritarias, dictatoriales. Un estado deslegitimado es un Estado que no va a ser capaz de arraigar instituciones y normas universalmente aceptadas y eso es siempre un camino hacia la informalidad, un camino hacia la inestabilidad política y por lo tanto hacia la ingobernabilidad.


¿Cuál es el papel de los medios de comunicación en el combate a la corrupción, puesto que las autoridades muestran escaso interés en entablar una lucha sostenida para erradicar esta lacra tal como lo demuestra el casi nulo apoyo recibido por la Oficina Nacional Anticorrupción (ONA)?

Creo que el papel de la prensa es positivo, hay algunos casos de exageración sin duda, pero en general en un país donde la oposición política es tan débil, no hay sistema de partidos fuertes y los mecanismos de control están debilitados o no existen, la prensa juega un rol de primer orden. En los últimos tiempos los actos de corrupción han sido destapados por la prensa, si hubieran estado en manos de los políticos estos los habrían encubierto, urge acabar con la cultura de la impunidad. Hay que tener responsabilidad, sin embargo, en el manejo de la información para no desprestigiar la lucha anticorrupción. Quizá el caso más extremo fue el del alcalde de Ilave que fue linchado trágicamente y cuando se le investigó se concluyó que no había incurrido en manejos corruptos de los recursos municipales. Enarbolar la corrupción en casos gratuitos e injustificados también contribuye a deslegitimar al Estado y a la democracia.

0 comentarios