LA CORRUPCIÓN TIENE CUATROCIENTOS AÑOS EN EL PERÚ

Publicado por Rincon Incorrupto | lunes, abril 13, 2009 | | 1 comentarios »


Por. Luis Freire Sarria.
Escritor.
No podemos saber si existía o de qué manera existía antes de la colonia, de todas maneras, la corrupción, tal como la conocemos, es un vicio de la cultura occidental y puede que no formara parte de la concepción del mundo pre hispánico. El hecho es que con la conquista llegó el virus de la corrupción y se enquistó en nuestra cultura, no sólo en la de los funcionarios públicos, sino en la del habitante común. Un saltito al virreinato de la mano del historiador norteamericano Kenneth J. Andrien, nos dará una idea de lo largas que eran las uñas de los funcionarios virreinales españoles. Es obvio que los criollos tampoco se cortaban las uñas cuando eran necesarias para escarbar el dinero del Estado o de la población indígena.

KENNETH J. ANDRIEN
Una gran variedad de fuentes históricas de los siglos XVI y XVII atestiguan que la corrupción y la incompetencia habían empezado a socavar el sistema impuesto por el virrey Toledo poco tiempo después que éste abandonara el Perú. Un observador estimaba que un corregidor poco escrupuloso y emprendedor, podía reunir hasta 30.000 pesos anuales, mientras que el salario legal del cargo oscilaba entre 800 y los 1.200 pesos.

Son abundantes los testimonios del período que indican que los corregidores empleaban una gran variedad de métodos ingeniosos para sacarle la vuelta a la ley y llenarse los bolsillos con fondos tributarios ilícitos. Era común que falsificaran censos y matrículas, para dar una cifra inferior de los tributarios de sus repartimientos, con objeto de apropiarse del dinero pagado por los que no quedaban legalmente incluidos en las matrículas. Otra táctica de este tipo era la de obligar a los indios a pagar impuestos por personas muertas o que habían abandonado el repartimiento, así como por ancianos y otras categorías legalmente exentas del tributo. En estos casos, las tasas que se aplicaban a las aldeas indígenas obedecían, al parecer, sólo al capricho del corregidor, en lugar de ser las tasas legales fijadas por el virrey Toledo. Era también sabido que los corregidores retenían fondos tributarios pertenecientes a la Corona, con el fin de financiar sus propias empresas locales.

Para decirlo de otro modo, la corrupción es una de las marcas de nuestro mestizaje cultural, está en nuestros genes sociales como un cáncer que ha crecido a niveles alarmantes. Estos genes, debidamente estimulados por una oportunidad propicia, como es el poder, pueden, no digo que van, sino que pueden desarrollarse con menos obstáculos que los de otras culturas. Me gusta decir que buena parte de los peruanos llevamos a un chofer de combi en el corazón. Pongamos a un peruano promedio como tantos de nosotros al mando de una combi y terminará convirtiéndose en un típico chofer de combi. ¿Acaso esos choferes son distintos al resto de los peruanos? No lo son, pero su flexibilidad ante los reglamentos de tránsito y el respeto al derecho ajeno, estimulada por un contexto de competencia despiadada, arrasa con todo lo que no sea su conveniencia personal y vemos lo que vemos en las pistas. Cuando nuestros intereses chocan contra los derechos de los demás, buscamos e inventamos muchas veces la manera de sacarle la vuelta a las reglamentaciones. La coimita al policía, esa corrupción aparentemente liviana, es el punto de partida hacia la corrupción a gran escala. Me pregunto. ¿Cuántos corruptos perciben la corrupción como una falta de ética? ¿O será tal vez que la ven como una viveza, el aprovechamiento de una oportunidad de ganarse alguito, algo o un algazo? Es posible que para muchos, delito es asaltar, violar, asesinar, en cambio, inflar un presupuesto o tirarse la plata de un proyecto es aprovechar una oportunidad, en la medida que esa plata “no es de nadie, pues”, pertenece a una entidad abstracta como el Estado o una institución pública. Otras veces, la corrupción es impuesta por un estado de cosas corrupto o ineficiente que nos obliga a utilizarla para sobrevivir. Si no nos corrompemos, no avanza nuestro juicio, no obtenemos nuestra licencia, nos chantajea el policía. Los medios de comunicación son la única vía de escape que encuentro frente a la corrupción pública y con ella, me refiero también al poder informal y ubicuo de la Internet. Eso sí, tienen una tarea desigual combatiendo la corrupción, han logrado grandes victorias, no hace falta enumerarlas, pero luchan contra toda una cultura nacional, por cada batalla ganada, hay muchas otras perdidas que no salen a la luz o se empantanan en la frondosa maraña de los intereses políticos y económicos y en la corrupción misma. Lo estamos viendo en el sospechoso empantanamiento del famoso caso del chuponeo. No sería raro que uno de estos días, la jueza que retiene las computadoras de los implicados, declare que el caso pertenece al Ministerio de la Mujer, porque se trata de chupones. ¿Qué puede hacer el humor en los medios masivos de comunicación? Denunciar la corrupción, señalarla con nombre propio y cargo, desprestigiar al corrupto mediante la sátira, la ironía, la caricatura, el chiste directo al plexo. Esa lucha, por desigual que se vea, debe ser constante, no importa que parezca perdida, hay luchas que no se emprenden siempre para ganar, aunque se quiera hacerlo, sino para darle sentido a las cosas y a uno mismo, para no dejarse derrotar, hundir, aplatanar, para no agachar la cabeza ante el corrupto mientras nos quede aliento.


A mí, personalmente, el tema de la corrupción me escandaliza, pero he decidido tocarlo en sus raíces, como uno de los pasajes de una novela cuyo título aún no puedo nombrar, pero que cuenta las andanzas de un Quijote peruano. Este Quijote es un encomendero del Alto Perú, que como el personaje de Cervantes, se vuelve loco y sale a buscar aventuras por el virreinato como un caballero andante, acompañado de un mestizo de cura con india que le sirve de escudero. Al llegar al poblado de Ccarhuaro, son estafados por el joven e hispanizado cacique del lugar. Sabedor de que este Quijote quiere regalarle a su escudero un reino para gobernar en premio por sus servicios, como estilaban los caballeros andantes, le ofrece el curacazgo de Quinquinpireni a cambio de una parte de su encomienda, con la complicidad de un notario español. El Quijote firma feliz la cesión de las tierras, contento por lo que le tocará a su escudero, pero descubre más tarde, que Quinquinpireni no es más que un caserío machiguenga. En suma, que le hicieron el cuento del cacicazgo.

1 comentarios

  1. Anónimo // 6 de septiembre de 2009, 8:40  

    Hay un tio que le ha robado a Montesinos se llama Edison Terrones Fernandez es militar. Investigen ese dataso.